
Desde el inicio de la crisis sanitaria causada por la pandemia de la COVID-19, varias cosas hemos aprendido. Una de ellas ha sido constatar nuestra fuerte dependencia tanto de otras personas como de los ecosistemas que habitamos. A la dependencia de otras personas la llamamos interdependencia y es algo inherente a nuestra condición humana como seres sociales, pero también como seres vulnerables que enferman y necesitan ser cuidados para sanar o para no enfermar. A la dependencia de los ecosistemas, de la vida en la tierra y sus diferentes formas de organización, la llamamos ecodependencia. Cuando los ecosistemas se deterioran, nuestra condiciones de vida también lo hacen, y esto tiene consecuencias como favorecer el estallido de pandemias o la mala calidad del aire que respiramos. Pero, ¿qué pueden tener que ver la contaminación y la COVID-19? Dadas las patologías pulmonares asociadas, tanto al coronavirus, como a la contaminación, esa misma pregunta ha surgido en diferentes equipos de investigación. Por el momento los estudios indican que, efectivamente, están relacionadas. Analicemos cuáles son esas relaciones. En el trabajo de Wu y colaboradores han observado que existe relación positiva entre mortalidad por COVID-19 y exposición a PM 2.5. Las PM 2.5 son pequeñas partículas en suspensión (de hasta 2.5 micras, es decir 25 veces menores que el diámetro un pelo humano) que inhalamos habitualmente y que debido a su pequeño tamaño pueden atravesar nuestros pulmones y llegar a nuestro torrente sanguíneo. En las ciudades, una parte importante de estas partículas están originadas por la combustión del diésel y la gasolina, son las «carbonillas» que quedan suspendidas en el aire y respiramos. Es uno de los elementos de la contaminación atmosférica más dañino para la salud humana. Los autores del mencionado estudio han comprobado que por cada 1µgramo (es decir por cada millonésima parte de un gramo) que aumenta la concentración de PM 2.5 se observa un aumento en la mortalidad por COVID-19 de 15%, lo cual es un incremento muy grande. En otra investigación realizada con datos de 66 regiones de Alemania, España Francia e Italia, se ha estudiado la relación entre la incidencia de la pandemia y contaminación atmosférica. En este caso se ha investigado la posible relación entre la el número de fallecidos por COVID-19 y NO2, otro contaminante atmosférico con efectos perjudiciales para la salud cuyo origen principal en las ciudades es el tráfico motorizado. Los resultados de este estudio muestran que el 78 % de las muertes por COVID-19 registradas hasta el 19 de Marzo en esas zonas se concentraban en 5 regiones del norte de Italia y centro de España y que estas mismas regiones eran las que mostraban mayores niveles de NO2 . En otro estudio Zhu y colaboradores, han analizado con datos de 120 ciudades chinas la relación entre casos de infección por COVID-19 y seis contaminantes atmosféricos, PM2.5, PM10, SO2, CO, NO2 y O3. En su investigación observaron que hay una relación positiva entre los casos de infección por COVID-19 y los contaminantes PM2.5, PM10, NO2 and O3. Un incremento de 10 µg/m3 de estos contaminantes suponía un incremento en los casos afectados por la COVID-19 de entre 2,4% a 6,4%. Hasta aquí se ha descrito la relación, es decir, estos estudios nos han mostrado que una mayor mortalidad o infección por la COVID-19 coincide con mayores niveles de contaminación atmosférica. Pero esto no quiere decir que uno sea la causa de lo otro, y para hallar causalidad habría que indagar sobre los posibles mecanismos que hacen que la contaminación atmosférica pueda interaccionar con el virus facilitando la infección o agravando su sintomatología. Es decir tenemos que elaborar hipótesis. La que plantean muchos de los investigadores mencionados es que las personas que se exponen a altos niveles de contaminación atmosférica en sus ciudades tienen mayor vulnerabilidad cardiorespiratoria, es decir tienen mayor riesgo porque la contaminación afecta negativamente a su estado de salud y genera patalogías cardiorespiratorias que agravan la incidencia de la pandemia. Suena más que coherente, pero para comprobar que la exposición a la contaminación causa una mayor incidencia de la COVID-19, habría que tener en cuenta otras variables y descartar que estas variables sean las verdaderas responsables de la supuesta relación. Por ejemplo incluir la densidad de población o el número de personas mayores de 65 años y comprobar, que aun teniendo en cuenta os efectos de estas variables, la relación positiva entre la COVID-19 y contaminación, se sigue manifestando.
Otra de las hipótesis que manejan los investigadores es que alguno de los contaminantes, como las partículas PM, 10 pueden favorecer el transporte de virus adheridos en su superficie aumentando nuestra exposición al virus, como se sabe que sucede en las ciudades con el polen atmosférico causante de alergias. En este caso haría falta comprobar si los virus se pueden encontrar en las PM 10 (ya han encontrado material genético de COVID-19 sobre este tipo de partículas) y saber si viajando en la PM 10 son susceptibles de infectar a las personas. En ello están investigando. Bien, y mientras tanto, ¿no hacemos nada? Independientemente que esas relaciones de causalidad están por ser demostradas y cuantificadas científicamente, parece bastante lógico reducir algunos de los factores que empeoran la salud de las personas y que las hacen más vulnerables a la pandemia, como es la contaminación atmosférica. Por otro lado lo que sí está más que demostrado científicamente es que la contaminación es un problema de salud pública, con implicaciones sociales y económicas importantes, causante de la muerte prematura de 500000 personas al año en Europa, según los datos de 2012 de la Agencia Europea del Medio Ambiente. ¿No sería más sensato y responsable velar por el bienestar común, especialmente en un momento de crisis sanitaria, tomando medidas para disminuir la contaminación? Así que tomémosla en serio y anticipémonos a futuros daños.